Para pensar

La academia del contador

Una reflexión de libertad económica

Por Yair Donovvan Santillán Pérez

Colegio de Contadores Públicos de México, Gaceta Entre Letras y Números

Juan entra en una tienda de conveniencia buscando alimento para sus hijos después de un arduo día de trabajo. Mira los anaqueles de un lado a otro y de arriba abajo, trata de encontrarlo: ese pequeño logo señal de una buena lata de frijoles. La encuentra, la toma y se dirige hacia el mostrador mirando de reojo si no está esa cajetilla de cigarros, la misma que fumaba su padre.

Andrea entra en una librería vistiendo los colores que homenajean la memoria de su madre mientras busca el pequeño libro de bolsillo que le ha recomendado su amiga. Sí, sí…ese que cuenta la historia de aquella maestra que tanto batallaba en Alejandría con unos extraños teoremas que aún ella no comprende bien. Seguro que leerlo le ayudara a entender un poquito más para sorprenderse tremendamente. No lo encuentra, pero mira ahí, entre Maquiavelo y Dostoievski… ¡el mismo libro de cuentos que leía con su abuelo! No puede creer cuántos recuerdos le ha traído esa caricatura del león que se asoma entre los matorrales. Lo toma sonriendo y corre al mostrador.

Cada persona es un microcosmos en el que convergen experiencias, expectativas, deseos, saberes e incertidumbres ¿Quién podría entonces determinar lo que es correcto para todos? ¿Existe tal sabiduría? Todavía más importante ¿Existe tal autoridad? Después de un poco más de 10,000 años de historia podemos decir que, por lo menos, no la ha habido hasta ahora.

Sin embargo, parece ser que en el fuero interno de su propio ser, cada uno tiene de manera instintiva una percepción clara de sus necesidades y deberes básicos: Juan busca alimentar a sus hijos, protegerlos del hambre y, en ese acto, asume completamente su responsabilidad como padre sin necesidad de discusiones teóricas acerca de la paternidad ni de acto de coerción alguno. Busca la cajetilla de cigarrillos que tantas veces vio en manos de su padre, quien ha heredado el deber de proteger a su familia.

Andrea ha elegido su ropa con sumo cuidado. Como su madre le ha enseñado: prendas de su talla, de telas compatibles que han de durar años para gusto de su guardarropa, aumentando exponencialmente las posibles combinaciones; pero ella ha seleccionado colores específicos: los mismos de su madre. Y es que esta vestimenta también es homenaje, también es recuerdo: honra la memoria de sus antepasados sin necesidad de líderes espirituales ni de ideologías concretas. Ella busca satisfacer su curiosidad enfrentándose a teoremas complejos que habitan entre las páginas de un libro, pero en un segundo recuerda las tardes cuando compartía risas con su abuelo aventurándose entre la caricaturesca vegetación de un mundo de fantasía.

¿Qué tiene mayor valor? ¿Es superficial dotar de tal significación a la ropa? ¿Es malo fumar? Tanto Juan como Andrea están, en el acto mismo de elegir, asignando valor a los objetos, a los recuerdos. Someten a un análisis inconsciente las condiciones mismas de su propia existencia para expresarse en la totalidad de su ser. Así son libres.

En el momento en que esta libertad se ve amenazada por las tendencias generalizadoras de cualquier ideología, institución o persona se comienza a sobre simplificar al humano porque dejamos de reconocer la diversidad y las particularidades individuales para someterlos a aquello que se ha definido previamente como correcto, adecuado o valioso: Juan ordena a Andrea recordar a su madre fumando esa cajetilla de cigarros, al tiempo que Andrea demanda a Juan llevar ropa de cierto color a sus hijos hambrientos.

Así, libertad económica equivale a libertad de elección y esta última equivale a la libre manifestación de uno mismo.

Tanto Juan como Andrea están satisfechos con sus elecciones porque son compatibles con su modo de ser y con sus necesidades particulares.

Ninguno tiene en sus manos el destino de cientos de otros ni el rumbo económico general del mundo: solo están encontrándose a sí mismos con su entorno. La mayoría de las decisiones diarias son de este tipo y son las que determinan primordialmente nuestra realidad cotidiana. Es decir, los individuos moldean la realidad realizándose a ellos mismos.

Adam Smith mencionaba el "interés propio" y decía que, buscándolo, el individuo solía favorecer más a la sociedad que cuando realmente desea hacerlo. Hoy debemos entender este "interés propio" en un sentido más amplio, que no se limita a la gestión del capital ni a las "ganancias del comercio", sino al desarrollo integral. No todas las necesidades son económicas, eso lo sabe el individuo instintivamente.